Echo de menos las tardes por Gran Vía. Dar un paseo con la melodía de los que cantan por las calles como banda sonora, mirar los escaparates, entrar y no comprar. O sí hacerlo. Echo de menos ir en el metro con los cascos puestos. Las tardes en el Parque del Oeste. Caminar por El Retiro. Ver a las familias que salen a respirar aire un poco más puro, a los magos que caminan sobre cristales para ganar unas monedas, a las parejas que pasean con las manos entrelazadas. Los rayos de sol reflejándose en las paredes del Palacio de Cristal.
Echo de menos tomar el sol en la terraza, después de comer y antes de ponernos a estudiar. Salir a correr por Madrid Río y llegar al colegio mayor satisfechas y sudadas. Echo de menos ir a clase, los descansos entre asignaturas, los paseos al baño. Echo de menos hacer planes para el fin de semana o para el día después del examen. Echo de menos las fiestas, las discotecas, arreglarnos juntos, bailar hasta que se vuelve a hacer de día. Echo de menos los atardeceres de Madrid. El cielo que se va tiñendo de colores mientras nosotros reímos en la azotea.
Echo de menos tomar el sol en la terraza, después de comer y antes de ponernos a estudiar. Salir a correr por Madrid Río y llegar al colegio mayor satisfechas y sudadas. Echo de menos ir a clase, los descansos entre asignaturas, los paseos al baño. Echo de menos hacer planes para el fin de semana o para el día después del examen. Echo de menos las fiestas, las discotecas, arreglarnos juntos, bailar hasta que se vuelve a hacer de día. Echo de menos los atardeceres de Madrid. El cielo que se va tiñendo de colores mientras nosotros reímos en la azotea.
Echo de menos a mis abuelos. Los almuerzos en su casa y los ratos en el coche. Que mi abuelo nos toque el timbre por la mañana con un plato de jamón serrano y nos dé los buenos días. Echo de menos el mar, el campo. Echo de menos ir a desayunar con mis amigas para ponernos al día. La playa, estar tumbadas al sol durante horas. Echo de menos quedar para cenar o para dar un paseo por Triana, o para ir a cualquier sitio, en realidad. La mayoría de las veces, con vernos es suficiente.
Echo de menos mi rutina. El levantarme temprano y maldecir el tener que hacerlo. Encontrarme con los que desayunan a la misma hora que yo y reírnos con sueño. El paseo a la facultad mientras el cielo va perdiendo el color naranja, los pájaros se despiertan y las farolas se apagan. Echo de menos suspirar después de una clase complicada. Mirarnos entre nosotros y reírnos por no llorar. Ver en las caras de los que nos rodean que no somos los únicos que no se han enterado de nada, y sentirnos un poco aliviados por ello. Ahora tenemos que consolarnos entre nosotros por el grupo de clase, y no es lo mismo.
Echo de menos morirnos de hambre en la última hora de prácticas. Mirar el reloj cada cinco minutos. Comprobar el menú del colegio para alegrarnos cuando hay macarrones y decepcionarnos el resto de las veces. Y echar a correr entre los cerezos en flor de la Facultad de Medicina para no perder el U. Las siestas de veinte minutos. Las meriendas que pretenden ser del mismo tiempo, pero que siempre se acaban alargando, porque nunca se acaban las cosas que queremos compartir. Echo de menos antebar, unos encima de otros en los sillones, riéndonos por todo. Echo de menos proponerme llegar pronto a la cama y no conseguirlo nunca. Pero seguir intentándolo.
Pero, más que nada, echo de menos a las personas con las que compartía todos esos momentos. La razón de que las meriendas se alargaran, de no llegar nunca pronto a la cama. Las bromas, las risas, la música. Los abrazos de buenas noches, o los abrazos porque sí. Porque has tenido un día largo y te apetece. Los gritos de suerte antes del examen. Echo de menos a los amigos que iba a ver nada más llegar a Gran Canaria. Las horas que pasábamos sin parar de contarnos cosas, sin aburrirnos. Nunca suficientes.
Echo de menos todas esas cosas simples, a las que antes no les daba importancia, y que ahora daría lo que fuera por vivirlas de nuevo. Y ojalá quede poco hasta que pueda volver a hacerlo.
Echo de menos morirnos de hambre en la última hora de prácticas. Mirar el reloj cada cinco minutos. Comprobar el menú del colegio para alegrarnos cuando hay macarrones y decepcionarnos el resto de las veces. Y echar a correr entre los cerezos en flor de la Facultad de Medicina para no perder el U. Las siestas de veinte minutos. Las meriendas que pretenden ser del mismo tiempo, pero que siempre se acaban alargando, porque nunca se acaban las cosas que queremos compartir. Echo de menos antebar, unos encima de otros en los sillones, riéndonos por todo. Echo de menos proponerme llegar pronto a la cama y no conseguirlo nunca. Pero seguir intentándolo.
Pero, más que nada, echo de menos a las personas con las que compartía todos esos momentos. La razón de que las meriendas se alargaran, de no llegar nunca pronto a la cama. Las bromas, las risas, la música. Los abrazos de buenas noches, o los abrazos porque sí. Porque has tenido un día largo y te apetece. Los gritos de suerte antes del examen. Echo de menos a los amigos que iba a ver nada más llegar a Gran Canaria. Las horas que pasábamos sin parar de contarnos cosas, sin aburrirnos. Nunca suficientes.
Echo de menos todas esas cosas simples, a las que antes no les daba importancia, y que ahora daría lo que fuera por vivirlas de nuevo. Y ojalá quede poco hasta que pueda volver a hacerlo.
Como siempre me enamora tu escritura
ResponderEliminarBss julia
Me encantó. Me da pena que estén pasando por estos momentos tan tan desagradables. Tus abuelos pensaban el otro día que sus nietas iban a tener una vida mejor que la nuestra. Pero no sabemos, creo la humanidad tenía que reflexionar y a lo mejor esto nos sirve para que el mundo cambie de mentalidad. Sigue escribiendo, me encanta y es la pura verdad de lo que está pasando. Un beso y un abrazo muy fuerte de tus abuelos, cómo si estuviéramos a tú lado.
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